Sarmiento
entre su civilización y su barbarie
El 11 de septiembre de 1888 moría
en Paraguay Domingo Faustino Sarmiento. En su honor, en esta fecha se
conmemora el día del maestro.
Domingo Faustino Sarmiento fue ante
todo un hombre de su tiempo, marcado por profundas contradicciones y una
enorme sinceridad que lo llevaba a ser siempre políticamente incorrecto.
Insultó a la oligarquía de su tiempo y pidió no ahorrar sangre de los mismos
gauchos a los que llamaba “el soberano” y se obsesionaba en educar. Todo eso,
no parte de ello, fue Sarmiento.
Nació el 15
de febrero de 1811 en el Carrascal, San Juan. Allí el joven Domingo conoció
al que sería el protagonista de su libro más importante: Facundo (Quiroga). (…)
Sarmiento pensaba que el gran problema de la Argentina era el dilema
entre la civilización y la barbarie. Como muchos pensadores de su época,
entendía que la civilización se identificaba con la ciudad, con lo urbano, lo
que estaba en contacto con lo europeo, o sea lo que para ellos era el
progreso. La barbarie, por el contrario, era el campo, lo rural, el atraso,
el indio y el gaucho.
Este dilema, según él, sólo podía resolverse con el triunfo de la
"civilización" sobre la "barbarie". Decía en un lenguaje
ciertamente bárbaro: “Quisiéramos apartar de toda cuestión social americana a los salvajes
por quienes sentimos sin poderlo remediar, una invencible repugnancia”. En una carta le aconsejaba a Mitre: “…no trate de economizar sangre de gaucho. Éste es un abono que es
preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos
esos salvajes”.
Entre 1845 y
1847, por encargo del gobierno chileno, visitó Uruguay, Brasil, Francia,
España, Argelia, Italia, Alemania, Suiza, Inglaterra, Estados Unidos, Canadá
y Cuba. En cada uno de estos países se interesó por sus sistemas educativos,
el nivel de enseñanza y las comunicaciones. (…)
Cuando
Sarmiento asumió la gobernación de San Juan dictó una Ley Orgánica de
Educación Pública que imponía la enseñanza primaria obligatoria y creaba
escuelas para los diferentes niveles de educación, entre ellas una con
capacidad para mil alumnos, el Colegio Preparatorio y una escuela destinada a
la formación de maestras. Desde la presidencia siguió impulsando la educación
fundando unas 800 escuelas…
Sarmiento
aprendió en Estados Unidos la importancia de las comunicaciones en un país
extenso como el nuestro. Durante su gobierno se tendieron 5.000 kilómetros de
cables telegráficos y en 1874, poco antes de dejar la presidencia, pudo
inaugurar la primera línea telegráfica con Europa. Modernizó el correo y se
preocupó particularmente por la extensión de las líneas férreas.
Desde el
gobierno, Sarmiento intentó concretar proyectos renovadores como la fundación
de colonias de pequeños agricultores de Chivilcoy y Mercedes. La experiencia
funcionó bien, pero cuando intentó extenderla se encontró con la cerrada
oposición de los terratenientes nucleados en la recientemente fundada
Sociedad Rural Argentina, que en la persona de su presidente Enrique Olivera,
le hizo saber a Sarmiento que el sindicato de los terratenientes consideraba
“inconveniente implantar colonias como la de Chivilcoy donde ya estaba
arraigada la industria ganadera”.
En 1875, Sarmiento asumió como
Director General de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires. Si bien estaba
obsesionado por la educación primaria, limitaba a ese nivel de enseñanza la
conveniencia de la educación popular: “La educación más arriba de la
instrucción primaria la desprecio como medio de civilización. Es la educación
primaria la que civiliza y desenvuelve la moral de los pueblos. Todos los
pueblos han tenido siempre doctores y sabios, sin ser civilizados por eso”.
Durante la presidencia de Roca
ejerció el cargo de Superintendente General de Escuelas del Consejo Nacional
de Educación y logró la sanción de la Ley 1420, que establecía la enseñanza
primaria, gratuita, obligatoria, gradual y laica.
Sarmiento
murió el 11 de septiembre de 1888. De acuerdo con su voluntad, su cuerpo fue
cubierto con las banderas de Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay, y
trasladado a Buenos Aires. Pocos años antes, había dejado escrito una especie
de testamento político: “…sin fortuna que nunca codicié, porque era bagaje
pesado para la incesante pugna, espero una buena muerte corporal, pues la que
me vendrá en política es la que yo esperé y no deseé mejor que dejar por herencia millones en mejores condiciones
intelectuales, tranquilizado nuestro país, aseguradas las instituciones y
surcado de vías férreas el territorio, como cubierto de vapores los ríos,
para que todos participen del festín de la vida, del que yo gocé sólo a
hurtadillas”.
Fuente: Felipe Pigna, adaptación para El Historiador del libro Los mitos de
la historia argentina 2, Buenos Aires, Planeta, 2005.
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